09 marzo 2007

Vidas cruzadas

En la mañana de fulgurante luz una muchacha salió del hotel con un vestido de gasa azul translúcida y un collar de cuentas. El maitre, Antonio, le abrió la puerta y le dirigió una mirada de aprobación. Era hija del dueño de un pequeño hotel en el centro de París. Todo en su vida estaba hecho. El desayuno, las puertas, la lavadora, la compra... todo era automático. Iba a coger el metro para acudir a su cita diaria en el Instituto Británico. Cruzando varias calles llegó a los Campos Elíseos. En la puerta del tranvía subterráneo, un mendigo dormía entre cartones.

Era Tomás Valiente, hijo de Jacinto Valiente, dueño de una cadena de videoclubs que se vino abajo con la aparición del DVD y que no supo, no pudo y no quiso salir de la espiral de la droga. El también lo tenía todo. Un coche deportivo, ropa cara, un montón de amigos y un gran vacío en su interior. Si la vida es experiencia, su experiencia fué vivirla y desgastarla.

En el andén la muchacha esperaba paciente. La carpeta en el pecho y la mano en le pelo. La mente en la clase de inglés y el corazón, palpitante, expectante.

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