28 febrero 2007

Una pérdida irreparable (Por Alberto Lardiés)

Los sentimientos que afloran cuando perdemos algo que queremos, deseamos y necesitamos al mismo tiempo y de la misma forma, tan irracional como imparable, son tan fuertes que se podrían calificar de indescriptibles e incomprensibles. Llegué a esta conclusión hace un par de días, cuando la desgracia me sobrevino súbitamente al perderle a él. Siempre a mi lado, con él me sentía segura, reconocible, con un lugar en el mundo diferente al del resto de los mortales, era como si fuese mi guía o mi punto de referencia en este difícil sendero que es la vida moderna. Siempre paciente, despertaba mis nervios cuando me daba alguna noticia o, simplemente, cuando le tenía cerca y me entraban unas ganas locas de tocarlo y mirarlo durante horas; algo que, por novedoso en mi vida, denota el fuerte amor que sentía hacia él. Además, la comunicación con él siempre fue perfecta, inigualable, apenas una mirada bastaba para entendernos; y también a causa de su influencia mi relación con los demás era próspera. Su único defecto era que, como suele ser habitual, yo era más detallista que él, pero lo remediaba con el resto de sus virtudes. Precisamente, en los últimos días de nuestra relación le hice un par de regalos: un abrigo y un colgante. En cuanto a la prenda, solo se me ocurre decir, quizá tan tópica como acertadamente, que nadie sería capaz de vestirlo con tanta elegancia y saber estar como él. Y en lo que se refiere al colgante, cuando se lo ponía, yo le sentía cerca, como si permaneciese instalado junto a mi corazón eternamente. Por una vez en mi vida tenía la relación perfecta y, como consecuencia de un simple descuido, ya la he perdido de forma irreparable. Creo, sin miedo a equivocarme, que estoy deprimida y la verdad es que no sé cómo saldré de este infierno si no recupero cuanto antes, aunque sea gracias a un milagro, mi preciado y anhelado teléfono móvil.

26 febrero 2007

DESENGAÑOS

Braulio tenía 20 euros en el bolsillo, una novia de un mes y una incógnita que le provocaba un gran desasosiego. Quería comprar algo adecuado, nada demasiado ostentoso. Agasajarle con un detalle que le conmoviera pero no le asustara provocando su huída forzada.

Ella era tan delicada como un gorrión, con una caricia de más saldría volando y desaparecería. Tampoco podría hablarle bruscamente porque se acurrucaría en una quietud total provocadora de las más dulces e impuras intenciones.Su mirada, tierna, tímida, algo furtiva, le cautivó desde el primer momento.

Lo escogió nada más verlo en el escaparate de una joyería: una alianza de oro blanco con la fecha del día en que se besaron por primera vez. Salió de la tienda satisfecho y sonriente.

En la calle se cruzó con una pareja que paseaba mirando escaparates. Se volvió con el corazón detenido del impacto y la distinguió, caminando entre el tumulto de gente. Se quedó sin aliento cuando sintiendo un fuerte pálpito observó cómo otro hombre la cogía de la cintura y le besaba la frente.

Derrotado y abatido sólo tuvo tiempo de fijarse en su mirada, segura y desafiante, plena.

20 febrero 2007

REACCIONES INESPERADAS

Todo surge a raíz de la ginebra. La mayor parte de los presentes se entretenía comiendo patatas cuando el camarero se acercó para preguntar qué iban a tomar. Un hombre con bigote pidió un gintónic con Bombay.

Diez minutos más tarde, cuando el platillo de patatas ya estaba vacío, el camarero volvió con las copas. Depositó los vasos en la mesilla de cristal y se alejó por el pasillo dejando a los cliente en la penumbra del pequeño pub de barrio.

Mientras la conversación fluía el hombre con bigote degustaba detenidamente cada sorbo de la bebida. Sin dar explicaciones, se levantó de su asiento y se acercó a la barra. Tras mantener una pequeña conversación con el camarero cogió uno de los vasos que estaba sobre la barra y se lo estampó en la cara al camarero provocando que un hilo de sangre emanara de su oreja.

Volvió a su asiento y explicó, con una naturalidad pasmódica, que su copa no llevaba Bombay, sino Beefeater.

11 febrero 2007

CUENTELO

Una vez exitió un blog sobre cuentos, relatos y microhistorias donde todo los valientes podían escribir. Las normas eran sencillas: ceñirse al tema y a la extensión, que no podía ser superior a las 20 líneas. Los que quisieron, publiaron en el, los que no, disfrutaron leyéndolo, pero sólo aquellos que no lo conocieron, se olvidaron del valor de la palabra y enmudecieron.